sábado, 31 de marzo de 2018

Río Blanco, como área de interés ambiental de Manizales



Imagen: Mural de Aguas de Manizales, obra del Maestro Luis Guillermo Vallejo.
Por Gonzalo Duque-Escobar*
RESUMEN: En el caso de La Aurora, con la “jungla de concreto” usurpando el anillo de contención de la Reserva Protectora de Río Blanco, mi tesis es que se violaron los derechos ambientales bioculturales en el territorio de una reserva estratégica  para la Nación y para Manizales, por las especies endémicas que  protege y por los servicios ambientales que le provee a la ciudad. Añado a lo anterior, que las decisiones del POT y licencias expedidas, por violar los principios rectores de la Ley 388 del Ordenamiento Territorial, son ilegales.
Abrirle paso en La Aurora a una urbanización de 2220 unidades residenciales para 10 mil habitantes que comportan una huella ecológica de 20 mil hectáreas, colindando con una Reserva Forestal Protectora de 4936 hectáreas, es llevar la “jungla de concreto” a un predio que por ser Anillo de contención o Zona con  funciones de amortiguamiento ZFA, de conformidad con la Ley debe destinarse a la prevención y mitigación de los impactos que le genera la ciudad al frágil bioma andino en dicho área de interés ambiental; es poner en conflicto los usos del suelo  ocasionando un daño severo y no mitigable sobre el bien protegido, y sustraerle la función social y ecológica a la propiedad, para permitirle a un privado la captura de la plusvalía urbana.
Señores Jueces, pregunto: ¿puede la “jungla de concreto” en La Aurora, no generar ruido ni contaminación lumínica, para cumplir las funciones de amortiguamiento que por ley le corresponden a un anillo de contención?; ¿puede capturar CO2 que proviene de Manizales y aportar oxígeno para la reserva de Río Blanco, tal cual lo hace un bosque? ésto para que dictaminen si entonces los estudios presentados por la urbanizadora para Tierraviva, son o no los pertinentes cuando solicitan obras de urbanismo en el lugar equivocado, para alterar el microclima, los ciclos biogenéticos y las cadenas tróficas de la reserva que se protege, violando Ley 99 de 1993. Si hablamos en términos de densidad urbana, mientras en Manizales tenemos 40 mil habitantes por milla cuadrada, en el caso de Tierraviva los 10 mil habitantes ocupando 12,5 hectáreas, darían una densidad de 204 mil habitantes por milla cuadrada.
Construir la Ciudadela Tierraviva en La Aurora a costa de la sustentabilidad de la citada Reserva Forestal y de los derechos ambientales de Manizales, es desconocer los derechos bioculturales del territorio en dicha área de interés ambiental estratégica de la Nación y de la ciudad, la que se debe resguardar como hábitat de especies endémicas vulnerables en riesgo de extinción, y como proveedora de servicios ambientales para cerca de 380 mil habitantes, entre ellos el 35% de su agua. Al respecto,  en un fallo histórico de la Corte Constitucional para proteger las culturas ancestrales y los ecosistemas, ha declarado sujetos de derechos algunos territorios – caso Atrato mediante Sentencia T- 622 de 2016 y Amazonas mediante Sentencia STC3460 de 2018.
Según la Ley 388 de 1997, Artículo 2, “el ordenamiento del territorio se fundamenta en los siguientes principios: la función social y ecológica de la propiedad; la prevalencia del interés general sobre el particular; y la distribución equitativa de las cargas y los beneficios”. Además, al tratar sobre la función pública del urbanismo, entre los fines del ordenamiento, el Artículo 3 de dicha Ley señala que los procesos de cambio en el uso del suelo en aras del interés común, deben “procurar su utilización racional en armonía con la función social de la propiedad a la cual le es inherente una función ecológica, buscando el desarrollo sostenible”; y que se debe “propender por el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes, la distribución equitativa de las oportunidades y los beneficios del desarrollo y la preservación del patrimonio cultural y natural”.
Dado lo anterior, para prevenir un ecocidio, en primer lugar apelamos al principio de prevalencia, soportados en tres elementos: evitar un daño no mitigable, además de nivel significativo, y que se ocasiona sobre un bien fundamental. Y en segundo término, reclamamos que se declaren espurios los siguientes actos: la sustracción de estos predios de la Reserva Forestal Central y la declaratoria de Zona urbana hecha en el POT de 2003 para el sector de La Aurora y Betania, al igual que las licencias ambiental y de construcción concedidas para llevar la “jungla de concreto” al Anillo de contención de la citada área de interés ambiental, por tratarse de actos administrativos que entran en conflicto severo con los derechos bioculturales de un territorio, en detrimento de una reserva forestal protectora y del interés general de la ciudad, por violar la Ley 165 de 1994 con la cual se aprueba el “Convenio sobre la Diversidad Biológica” para acoger el Protocolo de Río de 1992, y por resultar contrarios a los principios rectores de la Ley 388 de 1997.
P.D. Es el Inderena, quien expide el Acuerdo – Resolución 0027 del 25/07/1990,  por el cual se declara Área de Reserva Forestal Protectora las cuencas hidrográficas del Blanco y Quebrada Olivares, ubicadas en jurisdicción del Municipio de Manizales-Caldas.
Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y Miembro de la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales. Además, Socio Honorario de la SCIC, y Miembro del Consejo Regional de Ordenamiento Territorial de Caldas de Caldas y del Concejo Territorial de Planeación de Manizales. http://godues.webs.com Actualizado el 13 de Mayo de 2018.
Imágenes de complemento:
Resultado de imagen para rio blanco la aurora
Resultado de imagen para rio blanco la aurora

Imágenes: Plan Parcial de La Aurora, en Centro de Estudios y Gestión de Derechos para la Justicia Espacial; Reserva de Río Blanco y Cuenca del Chinchiná, Corpocaldas; Áreas protegidas en la cuenca del Río Chinchiná, según Corpocaldas y Zonas de Reserva Forestal de Colombia, en UPME.
ENLACES RECOMENDADOS:
Agua como bien público.

Las cuentas del agua.
* Documento U.N. de Colombia - SMP Manizales, preparado para la Procuraduría de Tierras y Sostenibilidad para el Eje Cafetero, y la Coadyuvancia en la defensa de las Reservas Protectoras de la Ecorregión Cafetera, en el marco del proyecto “Río Blanco, cuna de vida”. Lugar: Personería de Manizales. Fecha del Evento: 4 de Junio de 2018. Autor, Gonzalo Duque-Escobar, Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y Miembro de la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales. Además, Socio Honorario de la SCIC, y Miembro del Consejo Regional de Ordenamiento Territorial de Caldas de Caldas y del Concejo Territorial de Planeación de Manizales. http://godues.webs.com 

De la Calle, el hombre de las mil facetas




http://lasillavacia.com SILLA NACIONAL


Por JUANITA LEÓN · 31 DE MARZO DE 2018





841 
4
Humberto de la Calle, el candidato del Partido Liberal y sobre quién en los próximos días estarán puestos los ojos para ver si del tinto que se tomó con Sergio Fajardo sale una opción viable para una candidatura de centro, es el hombre de las mil facetas.
Es un sesentero, un existencialista, un pesimista, un cuentero extrovertido, un sibarita, un bohemio, un abogado a pesar de sí mismo, un hábil negociador, un político, y esencialmente, un hombre liberal.

El existencialista

Humberto de la Calle nació en Manzanares, una ciudad pequeña al oriente de Caldas, con gran influencia conservadora. Su familia era liberal y en 1947, cuando se desató la violencia bipartidista, tuvieron que salir corriendo. Un profesor conservador, amigo de su familia, sacó a Humberto, que para entonces era un bebé, escondido en una canasta como si fuera el mismísimo Moisés.
Desplazada, la familia se fue a vivir a Pereira, a las instalaciones de la Licorera de Caldas (no se había creado el departamento de Risaralda), donde trabajaba su papá. Luego a Manizales, donde De la Calle creció y pasó su juventud.
Humberto estudió en un colegio de sacerdotes, que se acomodaba a las creencias religiosas de su mamá, que era tan conservadora que le sometía a censura los libros de su biblioteca. Los consultaba con el sacerdote y ‘purgaba’ todos aquellos que su confesor desaprobaba. Que eran muchos.
Ya en esa época, De la Calle era un lector ávido, que devoraba desde los escritos de Marx hasta los de Freud, y especialmente los de Erich Fromm. El psicoanálisis le interesaba particularmente y se consideraba un existencialista.
En una extensa entrevista que le hizo Rosa Jaramillo y que publicó en un libro titulado “Anatomía del cambio, de los 60 al siglo XXI”, De la Calle cuenta que cuando le prestó “La náusea”, de Albert Camus, a un amigo, la tenía encerrada entre comillas de principio a fin. Su compañero, intrigado, le preguntó por qué y él le contestó que porque la había subrayado toda.
De la Calle pertenecía a la generación que nació tras la explosión de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki y que creció con la conciencia fatal de que el hombre era capaz de autodestruirse.
“Hoy me queda una mirada respecto de la especie humana y del mundo que no admite emociones súbitas”, dice De La Calle en esa larga entrevista. “No tengo el tropicalismo de creeer que hay hallazgos nuevos, posibilidades impensadas, y que las cosas ocurren como una eclosión de alegría. Miro los fenómenos con distancia, mantengo ese escepticismo fundamental que es la base de todo el discurrir posterior, con una visión que alienta posibilidades hacia el futuro, y que ya no está perdida sin remedio”.
De la Calle dice que ya no es tan pesimista como lo era cuando joven, pero su hijo cuenta que su papá siempre está anticipando los peores escenarios y que rara vez tiene grandes ilusiones sobre lo que pueda suceder, una virtud, quizás, en este momento en que su futuro presidencial parece menos claro.

El sibarita

Es un pesimismo, sin embargo, que ni ahora ni antes le quita su faceta extrovertida.
En completa rebeldía frente a la educación religiosa de su mamá, cursando aún bachillerato, De la Calle se unió al movimiento nadaísta de Caldas. Y ya en la universidad, se la pasaba con bufanda y sombrero, de fiesta en fiesta, jugando tute y king con sus amigos, oyendo tanto y cantando milongas.
Era un bohemio que no perdía ocasión de desafiar las costumbres mojigatas del pueblo tradicional en el que le había tocado crecer, y que en todo caso él siempre ha reclamado como suyo. Un “afuereño” es como se describe.
Estudió derecho en la Universidad de Caldas en una época de intensa movilización estudiantil, y como presidente de la Federación de Estudiantes quedó atrapado entre dos totalitarismos. A De la Calle le gustaba discutir, le encantaba la oratoria hasta el punto que iba con amigos al cementerio de Manizales a pronunciar arengas entre los muertos, y los comunistas le parecían demasiado dogmáticos. Fue en esa época cuando ya se definió como un liberal, la impronta que sobresale sobre todas las demás.
Soñaba con ser un gran escritor, y dice que no haberlo sido es su gran frustración. No tenía el talento necesario, y tampoco el contexto para hacerlo. Se convirtió en cambio en abogado, una profesión que en un principio despreció porque le parecía “mera utilería” al servicio de la política, pero que con el tiempo aprendió a apreciar y de la cual ha vivido gran parte de su vida.
Cuando se graduó albergaba tantas dudas sobre su profesión y, además, lo procedía esa fama de rebelde, que Humberto tuvo muchas dificultades para encontrar trabajo. Pasó decenas de hojas de vida, todas ellas sin respuesta. Finalmente, terminó de juez en Salamina, el primer paso de una carrera exitosa de abogado.
En 1982 se vino a vivir a Bogotá. Siendo un absoluto desconocido y nombrado precisamente por eso (porque ninguno de los partidos en pugna por el puesto lo vetó), De la Calle se convirtió en Registrador Nacional.

El abogado

En ese cargo, De la Calle intentó modernizar a la Registraduría sistematizando el conteo de votos; se inventó el tarjetón electoral; e hizo un ridículo mayúsculo cuando en las elecciones del 84 le fracasaron los sistemas y le tocó ir, de casa en casa, con las planillas de votación para que los funcionarios contaran los votos manualmente. Dos años después, se desquitó y su trabajo en la Registraduría fue elogiado en los medios de la época.
Fue en ese cargo que conoció a César Gaviria, durante la campaña presidencial de Virgilio Barco, y a través de él saltó a la esfera nacional. Le había hecho algunas asesorías jurídicas puntuales a Barco y otras a Gaviria, cuando éste, ya elegido presidente, le ofreció, de buenas a primeras, ser su ministro del Interior.

El liberal

Según le contó De la Calle a La Silla, el nombramiento lo tomó completamente por sorpresa.
Se lo insinuó primero en una reunión del kínder en Hato Grande. Mientras los más jóvenes del gabinete jugaban fútbol, ellos dos se fueron a caminar acompañados por una cerveza. Gaviria le preguntó quién se le ocurría como reemplazo del ministro del Interior Julio César Sánchez, un político de carrera. Cuando De la Calle sugirió un puñado de nombres, el presidente le preguntó que qué tal él. De la Calle pensó que había oído mal y simplemente lo ignoró. Pero ocho días antes de la posesión de la Asmablea Constituyente, se convirtió en el ministro a cargo de defender el proyecto de Constitución del gobierno.
Un editorial de El Tiempo de esa época criticó a Gaviria por su nominación. “Un títere” fue como calificaron a De la Calle, que era un don nadie en la política hasta ese momento. Era tan poco importante en el escenario político que las primeras semanas en la Constituyente no tenía donde sentarse.
“Se sentaba en la butaquita que fuera en la reunión que tocaba”, cuenta Manuel José Cepeda, uno de los cerebros de la Constitución del 91 y quien trabajó muy cerca de De la Calle. “Su transformación hasta terminar ovacionado por todos fue impresionante”.
Los que vivieron la época de la Constituyente recuerdan siempre esa ovación. Se dio cuando el día de la inauguración de la nueva Constitución Política de Colombia, Gaviria agradeció y elogió el trabajo de De la Calle. Al principio fue un aplauso normal, pero comenzó a alargarse, y los constituyentes se fueron parando, y también De la Calle a recibirlo emocionado. Duró diez minutos, una eternidad en un país donde el agradecimiento no es la mayor virtud.
Un logro de De la Calle fue haber conseguido una interlocución del Gobierno con la Constituyente, que lo primero que hizo fue declararse “soberana”. Y uno de sus momentos más críticos y que, de alguna manera, revela sus habilidades como negociador, tuvo que ver con la discusión sobre el aborto.
Cuando el conservador Álvaro Leyva propuso que quedara plasmado que la vida comenzaba desde el nacimiento y su proposición comenzó a sumar adeptos, los curas pusieron el grito (literalmente) en el cielo. La Iglesia en esa época ya no era tan poderosa como antes, pero sí mucho más que ahora. Tenerlos en los púlpitos criticando la Constitución y el Gobierno era un riesgo que nadie quería correr. Entonces, De la Calle se sentó a negociar con ellos y después de muchos ires y venires les cambió el aborto por el divorcio. Esto permitió avances en el tema de la libertad religiosa.
En la Constituyente y en La Habana, De la Calle defendió los valores liberales con el mismo ahínco con el que lo había hecho cuando joven.
De la Calle normalmente es un hombre tranquilo, que se preocupa por la visión y los aspectos estratégicos, y menos por los detalles que delega en sus subalternos, en los que suele confiar. La fuerza de su liderazgo reside en la profundidad de sus ideas.
“En cada intervención es capaz de analizar todas las implicaciones de lo que hemos dicho todos. Es firme, reacciona muy rápido y tiene muy buen sentido del humor”, dijo a La Silla durante el proceso de paz uno de los negociadores que trabajó al lado de él, en semi-reclusión, durante más de un año.

El político

La vida política de De la Calle ha tenido momentos de intensa figuración y luego períodos de relativo anonimato.
Cabalgando sobre los reconocimientos que obtuvo en la Constituyente, en 1993 De la Calle dio la batalla política para llegar a la Presidencia, pero la perdió contra Ernesto Samper en la consulta popular del Partido Liberal.
De la Calle era muy amigo de Juan Francisco Samper, hermano de Ernesto, con quien compartieron sus épocas bohemias. Cuando se reencontraron con el gobierno de Gaviria, Ernesto ya era conocido y poderoso, aspiraba a la Presidencia y como ministro de Desarrollo de Gaviria se perfilaba como el más seguro candidato liberal.
El súbito estrellato de De la Calle lo descolocó, pues de un momento a otro Gaviria lo había marginado del tema central de su gobierno que era la Constituyente. La competencia fue intensa y cuando Samper finalmente ganó, le ofreció a De la Calle ser su vicepresidente como una forma de traer de nuevo al gavirismo y unificar al Partido Liberal.
Sin embargo, ese matrimonio se agrió rápidamente. Tras volverse el vicepresidente incómodo, terminó renunciando a su cargo y convirtiéndose en un opositor ante el escándalo del proceso 8.000, lo que lo convirtió en un enemigo reconocido de los samperistas.
La participación de De la Calle en el Gobierno de Samper fue bastante criticada.
Primero porque cuando fue su competidor por la candidatura presidencial, De la Calle dejó claras las diferencias ideológicas entre ambos pero, a pesar de eso, aceptó meterse en una fórmula presidencial con Samper. Luego dijo que no sería vicepresidente de nadie, y según Luis Alberto Moreno, alcanzó a coquetearle a la campaña de Pastrana. Pero terminó de vicepresidente de Samper. Y por último, porque para algunos su renuncia fue tardía porque el escándalo del 8.000 ya había estallado.
En todo caso, fue una guerra fría porque Samper lo envió como Embajador de Colombia en España y De la Calle le aceptó el puesto. Ahí entró en un breve período de hibernación, porque después pasó al Reino Unido, como embajador de Pastrana. Y más tarde a la OEA como Embajador, hasta que Álvaro Uribe lo reemplazó por Horacio Serpa.
De la Calle apoyó la primera reelección de Uribe, e incluso participó en tertulias para discutir la reforma a la Constitución que la permitió, lo que también le valió críticas de quienes consideraban que eso era una afrenta a la Constitución que él mismo había ayudado a diseñar.
Sin embargo, cuando vino la segunda reelección, De la Calle marcó la raya y manifestó públicamente su rechazo a esta nueva modificación de la Constitución.
De la Calle ha tenido una larga carrera pública y, fuera de esos episodios políticos, sólo dos menciones que lo han puesto a dar explicaciones.
Una fue cuando el escándalo de los primos Nule porque su firma de abogados les había prestado asesoría en derecho comercial y financiero después de 2007 aunque no en conexión con los polémicos contratos del carrusel de la contratación o de la Ruta del Sol.
Y la segunda, cuando el escándalo de los Papeles de Panamá, porque apareció una empresa a su nombre en el paraíso fiscal. Él aclaró que estaba debidamente registrada y había pagado los respectivos impuestos, y nadie -ni el consorcio que lo investigó- salió a desmentirlo.
En todo caso, todo su pasado es un pie de página en su biografía comparado al logro de haber llegado a un Acuerdo Final con las Farc.

El arquitecto de la paz

De la Calle y Juan Manuel Santos se conocieron en 1986 cuando Santos era consejero económico de la campaña de Barco y De la Calle era Registrador Nacional. Desde entonces tienen una relación que se fue volviendo más cercana con los años y que ni siquiera se rompió cuando en 1992 De la Calle le ganó a Santos en la elección como designado de Gaviria, un puesto por el que Juan Manuel hizo mucho lobby.
Para entonces, Santos y De la Calle tenían en común su filiación y su círculo político e incluso se turnaron el puesto. Cuando De la Calle renunció a ser Designado y ministro del Interior de Gaviria para empezar una campaña presidencial en 1993, Santos se convirtió en Designado. Después, cuando Santos salió porque terminó el Gobierno de Gaviria, entró otra vez De la Calle, pero ahora como vicepresidente de Samper. Si De la Calle saliera elegido presidente, sería una sucesión más.
Santos y De la Calle también compartieron gabinete en dos ocasiones. En el gobierno de Gaviria, Santos fue ministro de Comercio Exterior mientras De la Calle era el del Interior. Después, Santos entró al Gobierno de Andrés Pastrana en el 2000 para ser su ministro de Hacienda y Crédito Público, al mismo tiempo que De la Calle, quien fue ministro del Interior.
Por su experiencia en distintos gobiernos y negociaciones de paz, el reconocimiento que tenía entre el sector político y los grandes medios, y también en muchos sentidos porque se creía que ya estaba más allá del bien y del mal, el nombramiento de De la Calle como jefe negociador del gobierno con la guerrilla fue bien recibido.
De la Calle llegó a la negociación en La Habana cuando el diseño conceptual del proceso ya estaba listo. Sergio Jaramillo, el autor intelectual del proceso, ya había delineado la ruta en la fase secreta de la negociación, y De la Calle se le unió cuando iban a inaugurar el proceso en Oslo, Noruega.
Jaramillo y De la Calle tienen temperamentos muy diferentes y la convivencia no fue fácil. Pero sobrevivieron el uno al otro y aprendieron a quererse y respetarse. Hicieron un duo dinámico, un matrimonio insospechado, entre dos personas que no podían ser más diferentes el uno del otro.
De la Calle, un hombre con una habilidad comunicadora única y una gran inteligencia emocional; Jaramillo, mucho más introvertido, perfeccionista y obsesionado por cada uno de los detalles del proceso.
Vivían en la misma casa vieja cubana, de los años 70, en la que tenían que compartir las comidas y los mismos espacios, como si estuvieran en un cuartel, junto con los otros negociadores. La convivencia era más difícil por la paranoia que existía –sobre todo en los primeros años- de que la inteligencia cubana los estuviera espiando. “No se podía hablar nada con nadie”.
En esa negociación, primó la disciplina en el equipo y eso fue obra del ahora candidato liberal, que desde el principio fijó unas reglas de comportamiento muy claras a todo el equipo de negociadores y a sus asesores. Una de ellas, que fue clave, era la restricción de entablar una relación directa con las Farc sin permiso expreso de él.
También prohibió hablar con nadie por fuera de la casa del embajador de Colombia (donde estaban seguros de no estar chuzados), y ni hablar de tener una relación social con los guerrilleros. Los antecedentes del Caguán pendían como un fantasma sobre la Mesa y durante los cuatro años de intenso trabajo nadie nunca vio una foto de algún tipo de interacción personal entre el equipo del gobierno y el de las Farc.
Lo más crítico en una negociación es que la gente confíe en sus negociadores, y De la Calle logró mantener esa confianza al interior del equipo y hacia fuera. De la Calle le aportó al proceso de paz toda la credibilidad de tener como director una persona con una actividad pública moderada, sensata, seria y rigurosa. Es tal su credibilidad que nadie de peso, durante estos cuatro años, se atrevió a criticarlo.
De la Calle también aportó no solo su conocimiento jurídico sino el prestigio de ese conocimiento que –como le dijo alguien que lo conoce a La Silla- “puede ser incluso más de lo que sabe”.
Pero entre todo lo que contribuyó, quizás lo que más aportó De la Calle fue una altura moral al proceso.
“Humberto lideraba las conversaciones en la mesa y aunque eran muy duras siempre fueron respetuosas”, dijo a La Silla el negociador Antonio José Lizarazo. “Los de las Farc a veces sentían mucho respeto por él”.
Una vez alguien en el equipo mencionó un episodio de la vida personal de Iván Márquez y el regaño de De la Calle fue suficiente para poner el estándar sobre el tipo de respeto que debía imperar.
La mesura y el aguante de De la Calle también fueron fundamentales para ayudar al equipo a tramitar las movidas de Santos, cuando usando canales alternos les mandaba ‘competencia’ a negociar, como cuando envió a su hermano Enrique, cuando mandó al equipo de juristas que negociaron el punto de justicia transicional y, al final, cuando llegaron la Canciller, Juan Fernando Cristo y Rafael Pardo, y casi no dejan entrar a los del equipo negociador a las sesiones para finiquitar el punto del fin del conflicto.
Santos lo hacía sin consultarles, lo que ofendía profundamente a miembros del equipo, pero De la Calle siempre ayudó a que entendieran que había algo más importante por encima de sus egos maltratados.
“La combinación de claridad y amplitud mental, rectitud y espinazo para defender lo que había que defender, la comprensión de lo que está detrás de una negociación y también el humor que tiene Humberto de la Calle no la tiene nadie más en Colombia”, dijo Sergio Jaramillo de De la Calle unos días antes del plebiscito. “Jamás hubiéramos llegado al Acuerdo sin él”.
Palabras igualmente generosas para Jaramillo dijo De la Calle recién firmado el Acuerdo cuando entre los negociadores, sus asesores y quienes creían en el proceso, había solo ilusión.
Después fue el triunfo del No en el plebiscito, y el Acuerdo de Paz que ellos negociaron quedó seriamente herido.

El candidato

Según varias personas que estuvieron con él en la Mesa, De la Calle nunca se comportó como candidato en La Habana ni antepuso ninguna aspiración personal al objetivo de poner fin al conflicto. Pero,a pesar de haber dicho varias veces que ser presidente no cruzaba su cabeza, la ilusión de gobernar a Colombia nunca lo abandonó.
Y cuando finalmente saltó al ruedo, precedido por una carta firmada por 400 líderes sociales y gremiales diciendo que su liderazgo permitiría garantizar la implementación total del Acuerdo, dijo que se sentía “capacitado para conducir al país, por el camino de la paz, del diálogo, de la unión entre todos, para sacarlo adelante”.
Él tenía la esperanza de que su candidatura cabalgara sobre los movimientos sociales, intelectuales y académicos que se habían movido por el Sí. Quería ser un candidato ciudadano pero al final se convenció de que tenía más chances de lograrlo si contaba también con el apoyo de su poderoso Partido Liberal.
Para lograrlo, invirtió los primeros meses de su campaña en la mecánica política, algo en lo que no se siente cómodo y que tampoco hace bien.
De la mano de su amigo César Gaviria presionó para que se hiciera una consulta interna en noviembre, donde tenía más probabilidades de ganar la candidatura única que en marzo, que en retrospectiva quizás le hubiera dado más impulso a su aspiración.
Fue una consulta costosa en términos económicos y políticos, pues además de costar 40 mil millones, el Partido Liberal se fraccionó, y De la Calle ganó con una votación insignificante que lo desinfló de entrada.
Encima, una vez elegido, De la Calle –sin haber resuelto la imposibilidad de ser a la vez el candidato de un partido tradicional y de los ciudadanos que no creen en los partidos- optó por invertir los primeros meses de su campaña yendo a reuniones con jóvenes y estudiantes e ignorando a los políticos liberales, que resintieron que les hiciera el feo.
De la Calle ha explicado que como había tantos congresistas, él prefirió no privilegiar a unos sobre otros, pero entre los políticos cundió la idea que él no quería aparecer con ninguno para no cargar con su desprestigio.
El candidato nunca ha sido particularmente afín a los políticos, pero en esta campaña De la Calle decidió volar solo y solo lo dejaron los congresistas que necesitaba para convencer a sus admiradores de que era un candidato viable.
Al final, Gustavo Petro se quedó con todo el movimiento social y la izquierda, para quienes el Acuerdo de Paz de De la Calle se convirtió en su nueva Constitución. Y De la Calle se quedó sin la maquinaria roja y con la admiración de muchos ciudadanos pero sin su intención de voto en las encuestas.
Ya sin el verdadero respaldo de su partido, De la Calle volvió, otra vez, a donde quería estar desde el principio. Aupado por intelectuales y partidarios del Acuerdo de Paz, está sentado tomando café con Sergio Fajardo y cranéandose la fórmula para poder tener entre los dos, Jorge Enrique Robledo, y Claudia López una candidatura verdaderamente ciudadana.
Su coequipera Clara López cree que quizás sea “muy poquito, muy tarde”. De la Calle –que ya pasó a la Historia- no parece angustiado.
“Hoy he acentuado visiones de Colombia que me parecen no negociables”, le dijo a La Silla Vacía cuando le preguntó para él qué era más importante: alcanzar sus objetivos, aunque tuviera que ceder en algunas convicciones, o mantenerse ciento por ciento fiel a ellas. “Quiero ganar. Creo que es lo mejor para Colombia. Pero no mediante piruetas incoherentes. Me parece que soy más duro ahora, en el sentido de más comprometido”.
Así es el hombre de las mil facetas.


ENLACES U.N. DE INTERÉS SOCIO-AMBIENTAL Y REGIONAL