lunes, 26 de agosto de 2019

Una mirada a los mares de Colombia

Por: Gonzalo Duque-Escobar *
RESUMEN:  Colombia, que posee los andes más septentrionales de América, ubicada en el noroccidente de América del Sur, con territorio en las cuencas altas del Orinoco y Amazonas y aguas en los océanos Atlántico y Pacífico, ha vivido de espaldas a estos valiosos espacios que la confinan. Si bien los mares de Colombia constituyen el 45% de su territorio, las dos cuencas señaladas con sus enormes hidrovías y una superficie de 8 millones 487 mil kilómetros cuadrados, cubren el 46,6% de Sudamérica. El país, que por no tener una visión marítima perdió a Panamá y mar en San Andrés, requiere ocuparse de la formación e investigación en la materia, para conocer desde una perspectiva científica integral el patrimonio que albergan nuestros mares e hidrovías, no solo por su importancia estratégica y geopolítica, sino también por el potencial ambiental, biótico y geológico que ofrecen para el futuro de la Nación.
La semana pasada en la visita de la Misión de Sabios a Manizales, la mesa de trabajo sobre océanos instalada por el científico Jorge Reynolds, consciente de que históricamente el país ha vivido de espaldas a este valioso espacio que constituye el 45% de su territorio, propuso crear un instituto intercedes en la Universidad Nacional, para ocuparse de la formación e investigación en ciencias básicas y aplicadas sobre la materia, propiciando una mirada desde una perspectiva integral al patrimonio que albergan nuestros mares, no solo para aprovechar su importancia estratégica y geopolítica, sino también por el potencial ambiental, biótico y geológico que ofrecen para el futuro de la Nación.
Recuérdese que el país, además del robo de Panamá en 1903 por Roosevelt, quien resolvió tomarse el istmo después de que el Senado colombiano negara el tratado Herrán-Hay que le cedía a EE UU la franja del canal, también en 2012 perdió mar en San Andrés, cuando la Corte Internacional de Justicia de la Haya emitió su sentencia sobre el litigio con Nicaragua por varios islotes y una plataforma continental, concediéndole una franja de 531 km al país centroamericano desde su costa y de solo 65 km para al archipiélago.
A nivel del planeta los mares que cubren alrededor del 72 % de la superficie, producen la mitad del oxígeno y absorben el 30 % de las emisiones de dióxido de carbono, pese a la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar adoptada en 1982, por no contar con medidas globales de protección al menos para las aguas internacionales que son el 46% de los océanos, la hidrósfera está al borde del colapso como consecuencia del cambio climático, de la contaminación con derrames de petróleo, del vertimiento de residuos químicos y metales pesados, y de la acumulación de plásticos.
A los anteriores factores de naturaleza  antropogénica, habrá que sumar la captura ilegal y sobreexplotación pesquera, y la acidificación oceánica e intervención indebida de litorales, además de los graves impactos del cambio climático dada la influencia directa de los océanos en la máquina atmosférica, y por lo tanto en los fenómenos meteorológicos y en la regulación del clima. Todo lo anterior configura la grave amenaza que está afectando directamente la vida silvestre de los hábitats oceánicos e indirectamente la salud humana, ya que gracias a la sobreexplotación y contaminación, desde 1950 se ha devastado un 40 % de la vida en los océanos.
Es que además la acidificación de los océanos consecuencia de la captura de dióxido de carbono por el agua marina, que al disolver el gas favorece la reacción con el carbonato cálcico y el cambio de su PH, se induce en los medios marinos la migración y cambio de hábitos de especies, la pérdida de fitoplancton, el blanqueamiento de corales y la desaparición de ecosistemas; igualmente, la mayor concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, por el efecto de invernadero provoca el calentamiento de los mares, lo que favorece la ocurrencia de tormentas tropicales y huracanes fuertes por el Caribe, como detonantes de desastres climáticos.
Aunque la riqueza de la hidrósfera terrestre es enorme, ya que los mares contienen cerca de 200 mil especies identificadas entre millones que albergan, sin una intervención de orden mayor así exista la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos responsable de regular la extracción y explotación de nódulos metálicos de manganeso, níquel, cobre o cobalto, pero no de la protección del ecosistema, la amenaza resulta aún mayor: a pesar de conocerse únicamente el 2% de los fondos marinos aunque el 20% de su superficie son áreas marinas protegidas, al igual que el espacio exterior y en particular la órbita geoestacionaria, los ambientes abisales como nuevos espacios son vulnerables.
En Colombia, donde existen 500 mil hectáreas de nuevas áreas marinas protegidas, contamos con manejo efectivo en 10 de las 18 áreas marinas protegidas: allí, nuestra riqueza biótica está representada en 33 especies de mamíferos acuáticos oceánicos, 6 de las 7 especies de tortugas marinas del mundo y 123 especies de peces evaluadas; a ello se añaden los arrecifes coralinos donde sobresale el del archipiélago de San Andrés equivalente al 34% del territorio caribeño colombiano, y los pastos marinos con notable extensión en la Guajira.
* Profesor U. N. de Colombia y Miembro SMP de Manizales. http://godues.webs.com [La Patria. Manizales, 2019.08.26] 
Imagen: Cuenca del Amazonas (WWF), Fronteras y Relieve de Colombia (Wikipedia.org) y Cuenca del Mar Caribe (Invest Offshore). 
ENLACES U.N.:
Acuerdo Climático: avance necesario pero insuficiente.
El territorio del río Grande de la Magdalena.
Oportunidades en la economía del conocimiento.

sábado, 17 de agosto de 2019

El Doctor Calle


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16 de agosto de 2019

POR PABLO FELIPE ARANGO

Conocí al Doctor Calle apenas entrando a la universidad de Caldas; llevaba él un pantalón verde de pana, una camisa a cuadros y un saco café, a sus gafas les faltaba una pata, que había sido reemplazada por un nilon. Nos hablamos casi de inmediato. Dos días después recibí su clase de derecho penal y al terminar me recomendó Bartleby y compañía. Así conocí al que sería durante años mi único amigo; luego fue mi primer jefe, y luego fui yo el suyo, aunque nunca debió haber sucedido esto último. Pero eso era posible porque Calle era un hombre desprovisto de cualquier afán protagónico, era sereno y sabio. Mi ímpetu y arrogancia contrastaba con su tranquilidad. Recuerdo que en un viaje del consultorio jurídico a Aguadas, tuvimos un problema con el conductor del carro que la alcaldía había mandado por nosotros. El hombre insistía en llevar a unos amigos que no cabían.  Yo le reclamé al Doctor Calle por la injusticia que pretendían cometernos. Él me miró y me dijo, “sabe que Pablo, le doy poder”. Envalentonado alegue al conductor con una vehemencia tal, que el hombre no tuvo otra cosa que hacer que desistir del favor a sus amigos. Y así viajamos, medianamente cómodos. En la noche no dormí debido a que en el pueblo me enteré de que el conductor no era una mansa paloma, imaginaba que el personaje vendría a cobrarse su humillación. Que va, no sucedió nada, a la mañana siguiente, mientras desayunábamos, vimos pasar al conductor riendo en medio de su amigos. Calle guardó silencio.
Seguro no tuve mejor profesor que el Doctor Calle.  Era flemático e inteligente, y confiaba en la ley como debe hacerlo cualquier abogado. Combinaba además una lógica impecable, con su capacidad de lectura y comprensión. Verlo agachado, leyendo – encorvado-, cogiendo las gafas en sus manos, era casi mágico.
Calle era penalista, pero no lo parecía. No tenía ese mal gusto que casi siempre los caracteriza, no se daba ínfulas, no se promocionaba como lo hacen corrientemente, no se vestía como nuevo rico, no andaba en vehículos de alta gama, no apabullaba con su presencia, todo lo contrario, era parco y discreto.  Tal como debería serlo un abogado que va a defenderlo a uno de sus vergüenzas. Siempre quiso, y nunca tuvo, un Fiat cinquecento o un Renault twizy. Y su dinero se esfumaba comprando literatura, en comidas o cenas en restaurantes, y en su adorada Irene. Mejor dicho, el Doctor Calle, era un maestro de verdad, y yo lo extraño mucho, hasta el colmo de las lágrimas solitarias y nocturnas.
Esta columna no iba a ir ser sobre Calle, aunque pensándolo bien, tal vez sí, tal vez todo lo que pienso tiene que ver con él, o fue definido en alguna de las conversaciones, aparentemente intrascendentes, que teníamos casi todos los días de los treinta años que fuimos amigos.
Hace varios meses asistí a una audiencia de adjudicación de un contrato público.  Era un día impropio, en un lugar también impropio, 28 de diciembre, en la biblioteca Virgilio Barco.  O tal vez el día de los santos inocentes no fuera tan impropio. Esas audiencias son divertidas, vistas con el tiempo, pero en su momento son un absoluto tormento debido a la tensión que provocan y a la mala actitud de casi todos los que asisten.  Ningún proponente quiere quedar por fuera de la lista de selección y todos quieren sacarse entre sí. Es una carnicería brutal. Algunas empresas se aparecen con un ejército de abogados, que en cuanto tienen la oportunidad, agobian al auditorio con una perorata plagada de lugares comunes, palabrejas y gramática trasnochada.  El caso es que en la audiencia de los santos inocentes, una empresa se apareció con uno de los conspicuos penalistas del país, uno de esos que interviene en todo y cree saber de todo. El hombre llegó con un vestido de lino, color crema, que contrastaba con una camisa vinotinto estampada con arabescos dorados. Llevaba un maletín Louis Vuitton, que nunca abrió, y gafas de oro. El personaje entró de último, para que todos pudiéramos ver como balanceaba su inmensidad, seguida de dos guardaespaldas.  El empresario asistido, desesperado, levantaba las manos desde su silla, como un naufrago en medio de un enorme pozo séptico. Al final el abogado se paseó y luego se dejó caer en una silla que difícilmente lo aguantó. Nunca habló, solo miró fiera y concentradamente a quien presidía la audiencia.
En la penúltima fila del auditorio se habían acomodado tres ancianos, vestidos con sudadera y gorras.  Se reían entre ellos y se codeaban para señalar a algún despistado que intentaba darle seriedad al acto.  Los hombres presenciaban la audiencia como lo que era: un espectáculo, un vodevil de baja factura, que no obstante los hacía reír a carcajadas. Cuando faltaban apenas unos minutos para las cinco, se levantaron al tiempo y se marcharon, dejando atrás aquel mundo absurdo.  Seguro debían tomar a tiempo el bus que fuera para sus barrios.
Así es la vida: un contraste entre su inmensidad y los tres ancianos, y ya sabemos quien ríe.
Ahora entiendo las vueltas de mi mente. Calle estaba conmigo en aquella audiencia, aunque ya era imposible que lo hiciera, y creí ver su sonrisa cuando vimos al fantoche, y una mayor cuando descubrimos a los viejos colados; entonces, se atusó el bigote, y me preguntó sino era mejor salir ya para el aeropuerto, tal como lo hacían ellos.
Manizales, agosto 16 de 2019


ENLACES AMBIENTALES U.N.:

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