miércoles, 27 de noviembre de 2019

Nuestra red vial (1, 2 y 3)

Nuestra red vial (1, 2 y 3)  Revista Eje 21.

POR MARIO DE LA CALLE LOMBANA
«Cuando Mario (el nombre es coincidencia; no soy yo) me propuso esa ruta, le dije otra vez que para mí era inútil intentar ir a Manzanares. “Ya te lo he dicho: llevo medio siglo tratando de ir a Manzanares y el plan siempre fracasa. Esta vez tampoco se podrá, algo va a pasar que lo impida».
(Guayacanal, por William Ospina).  
PARTE I
 Hace unas semanas decidí viajar de Cali al municipio caldense de Manzanares a realizar algunas diligencias en la notaría y en el despacho parroquial. Por supuesto, habría podido encargar la tarea a alguien que viviera allá, con la idea de ahorrarme las 8 o 9 horas de ida, y otro tanto de regreso que, calculaba, sería necesario invertir en el viaje. Pero yo nací allí, llevaba más de 20 años sin ir, y la necesidad de esos trámites me pareció una buena excusa para volver a recorrer esas breñas y mirar el progreso que haya tenido o dejado de tener la que técnicamente es mi patria chica.
Salimos temprano un domingo, con la idea de desayunar en la vía, como era mi costumbre cuando joven. Después de varias horas de viaje y de algunos incidentes que servirán de referencia anecdótica en columnas posteriores, pasamos frente al Batallón Ayacucho de Manizales, frente al Bosque Popular y frente a la Industria Licorera de Caldas, atravesamos esa zona industrial hasta Maltería, y emprendimos la trepada al Páramo de Letras. Era invierno, pero esa tarde estaba especialmente soleada y alegre. EL paso por el páramo resultó espectacular. Se veía claramente el nevado, tristemente semidesnudo porque, aunque Trump no lo crea, el calentamiento global aquí es evidente. El paisaje se mostraba resplandeciente. Los frailejones, destacándose como guardias vigilantes, y el sol brillando en el asfalto, resultaban esplendorosos.
Entramos al Tolima. Bordeamos las inmensas moles de Cerro Bravo, ese otro león dormido que, según opinión de geólogos, algún día despertará, como lo hizo hace unos años su hermano El Ruiz. Llevaba lustros sin pasar por allí, Empezaron a despertarse los recuerdos. Nombres grabados en el cerebro desde la lejana infancia: La Aguadita. Mesones. Delgaditas. Y, en este último sitio, donde hay una estación de servicio, la mala noticia. Más abajo llovía, había caído un derrumbe, y solo se podía llegar hasta Padua. No había paso a Petaqueros, es decir, al desvío hacia Manzanares. No daban esperanza de que abrieran pronto la vía. En el mejor de los casos, a la madrugada. Las opciones eran muy pocas. ¿Pasar la noche, quién sabe hasta qué horas en ese páramo? ¿Devolvernos a buscar refugio en Manizales? ¿Debíamos desistir del intento? Decidimos que lo mejor era buscar albergue en el Hotel Termales del Ruiz, pasar la noche allí, y a la madrugada averiguar si finalmente habían limpiado la vía y seguir para Manzanares en caso de que así fuera.
El lunes por la mañana, en comunicación telefónica con el puesto de policía en el Páramo de Letras, límite entre Caldas y Tolima, se nos informó que ya estaba abierto el paso hacia Petaqueros. Salimos de inmediato, con el ánimo de llegar a Manzanares con tiempo de hacer las gestiones que dieron origen al viaje. Pero al pasar nuevamente por Delgaditas nos informaron que había caído otro derrumbe y que no había posibilidades de pasar hasta muy tarde. Ya no habría tiempo para hacer lo que pretendía. En ese momento, fue necesario resignar el proyecto y volvernos para Cali. Inmediatamente recordé la notable novela que estaba leyendo en esos días, Guayacanal de William Ospina. Me había llamado la atención el pasaje que transcribí en el epígrafe de esta columna, y me dije que, aunque esta era una simple coincidencia, valía como ejemplo de lo precarias que son las vías que llegan a Manizales y a Caldas. La que llamábamos carretera central del norte y la propuesta transversal de Caldas, son ejemplos de vías que se pretende construir desde tiempos inmemoriales, y que parecen en la actualidad muy lejos de llegar a feliz término, si nos atenemos a las muy escasas noticias que se difunden de vez en cuando sobre su progreso. .

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PARTE II
En 1999 (¡hace ya 20 años!) se produjo el documento “Propuesta de la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales (SMP) para la construcción, rectificación y pavimentación de la carretera: La Felisa – La Merced – Salamina – San Félix – Marulanda – Manzanares − Marquetalia – Victoria – La Dorada”, documento elaborado por el Dr. Ómar Franco Gutiérrez, prestante miembro de esa institución. Traía el escrito la siguiente declaración de principios, que debería seguir siendo la más importante preocupación de la SMP y el incansable objetivo de las aspiraciones ciudadanas de los manizaleños: “Pretende la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales, que el departamento y todos los municipios de Caldas queden perfectamente integrados a la red vial nacional, evitando así que nuestra región esté por fuera de la malla vial del país, con el consiguiente perjuicio para el departamento de Caldas y sus gentes” (el subrayado es de autoría de este columnista). La carretera propuesta, a la que luego se le ha dado el nombre de Transversal de Caldas sería, al decir del documento, una obra de interés nacional, pues serviría como alternativa de gran importancia para el transporte entre el norte y el centro del país.
Valdría la pena saber si ha habido un proyecto concreto para dar vida a esa obra, o si solo se han hecho trabajos parciales en algunos de sus tramos. Después de 20 años, ¿cuánto se ha avanzado en su construcción? ¿Qué información hay al respecto? El 11 de abril de 2016 se dio a la luz en EJE 21 un artículo del ilustre ingeniero Gonzalo Duque Escobar, titulado “Anotaciones de las vías de Caldas”, en el que se hacía referencia al plan de desarrollo 2016-2019 de la administración del gobernador Guido Echeverri; allí se mencionaba ese proyecto en los siguientes términos: La Transversal de Caldas para articular el oriente y el norte de Caldas, carreteable a mejorar de aproximadamente 116 kilómetros, promovido por la SMP de Manizales que partiría de Perico, pasaría por Victoria, Marquetalia, Manzanares, Marulanda, Salamina y La Merced, y saldría a La Felisa. A esta vía se sumaría la conexión por Cementos de Caldas (RIP) para integrar la fértil y marginada región Marulanda−San Félix, pavimentando (…) la parte destapada de la carretera de 96 kilómetros entre Marulanda y Manizales, como alternativa a la vía de 129 kilómetros por Salamina. De todo esto, ¿qué habrá logrado el actual gobierno departamental, ya a punto de concluir el período de su mandato? Precisamente este diario acaba de publicar, el 19 de noviembre, una noticia medianamente esperanzadora: bajo el título “Adjudicación por $ 50 mil millones para mejorar corredores viales en norte y occidente de Caldas”, se informa sobre la firma de contratos para mejoramiento y pavimentación de la carretera Salamina-Pácora (23 mil seiscientos millones de pesos), mejoramiento y pavimentación del sector La Merced-Salamina, perteneciente a la Transversal de  Caldas, (13 mil millones), y mejoramiento (no se habla de pavimentación) de la carretera Marquetalia-Manzanares, también perteneciente a la mencionada transversal (4 mil seiscientos millones). Algo es algo. Quizás el ingeniero Duque Escobar, que sigue con tanto interés el desarrollo de nuestra infraestructura, tenga información más completa. En todo caso, esta es una vía trascendental para el desarrollo de Caldas, para la integración del oriente y el occidente de nuestro departamento, hoy tan desarticulados que parecerían pertenecer a departamentos distintos, y también para la tan necesaria integración con nuestra capital.
El mencionado artículo del ingeniero Duque habla de otras obras de importancia para diferentes regiones de Caldas. Sobre la vía por Cementos de Caldas a la región de Marulanda−San Félix, menciona un dato que los caldenses ignoramos, y que se debería aprovechar para nuestro desarrollo agrícola:  literalmente afirma que las feraces tierras de dicha región “hectárea por hectárea son 10 veces más productivas que una hectárea promedio de los Llanos Orientales”. Leyeron bien: ¡10 veces más productivas! Y el autor del artículo tiene por qué saberlo.
Habla también de una carreteras cortas, pero muy importantes: una de 9 kilómetros que permitiría unir a Pácora, cruzando el río Cauca, con la nueva vía Conexión Pacífico 3, que será la nueva troncal de occidente; otra de 24 kilómetros que uniría a Riosucio con Irra, vía Bonafont, y otra de 17 para unir a Marmato con Supía.
Nuevamente, vale la pena preguntarse. ¿En qué habrá quedado todo esto? ¿Qué pensará al respecto el nuevo gobernador?
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PARTE III
Volvamos a la vía Cali−Manizales. Comentaba, hace un par de columnas, sobre un frustrado viaje a Manzanares desde Cali. He aquí una rápida descripción de esa jornada: Se inicia a través de un red vial de características internacionales, una espectacular autopista, inicialmente de tres carriles por calzada, y de dos a partir de Palmira. Con variantes que permiten evitar el cruce de áreas urbanas. Hasta Obando, como de costumbre, el viaje fue un absoluto placer. Solo habría que comentar algo inexplicable: después de años y años de haberse iniciado la construcción de la vía, hay todavía, llegando a Buga, un pequeño trayecto de unos doscientos metros al que le falta la segunda calzada. Este hecho no logra incomodar al viajero, porque al ser tan corto el tramo no alcanza a afectar la fluidez del tráfico. Pero, francamente, es algo imperdonable. Perecería que quedaron faltando “los cinco centavitos p’al peso”, para comprar el terreno por donde debería pasar esa segunda calzada.
Dije “hasta Obando”. Allí, los concesionaria de la vía entre La Paila y La Victoria construyeron como variante una sola calzada unidireccional de dos carriles para el tráfico de norte a sur. Pero la calzada en el sentido inverso, es decir, de Cali hacia Manizales, sigue pasando por el puro centro de la ciudad. Y, claro, a las autoridades de esa población no se les ocurrió más solución que atravesar dos agresivos “policías acostados”, y la que hasta allí  era una autopista de alta velocidad, en la que muchos de los tramos están demarcados para un máximo de 100 kilómetro por hora (y podrían, indudablemente, ser más), se ha convertido en una calle urbana de esas de nuestros pueblos, donde los peatones circulan por la vía en lugar de hacerlo por el andén. No sé por qué decidieron, contra toda lógica, ahorrar dinero a costa de la segunda calzada de esa variante, cosa que nunca debió ocurrir.
Saliendo de Obando, se recupera la conducción placentera. Nuevamente una autopista de altas especificaciones. Que nos genera placer hasta Zaragoza, donde seguramente Sara goza mucho, no así los conductores de los vehículos que deben transitar por allí: para seguridad de los borrachitos, un bailadero que se llama La Pirámide, que ha existido en ese sitio desde siempre, desde muchos años antes de que existiera la doble calzada, ha logrado que sobrevivan, por años y años, otros de esos reductores de velocidad, invento diabólico creado por los enemigos del automovilista. Y es que su lucha contra los automóviles es cada vez más intensa, y va triunfando a pesar de que la industria automotriz, con todas sus ramificaciones, ha sido el remolque del progreso del mundo, lo que la haría al menos merecedora del agradecimiento humano, a pesar de los factores negativas que también la afectan, ya que no hay obra humana totalmente perfecta.
De aquí en adelante, el viaje se va volviendo soso e incómodo. Los “policías acostados” reaparecen en la avenida urbana en que se convierte la carretera a su paso por una congestionada Cartago, sembrada profusamente por cantidades de esos reductores, y luego del paso sobre el río La Vieja, debe sufrirse la otrora admirable subida a Pereira, cuya congestión hace tiempos que empezó a exigir un tercer carril por calzada, y tal vez hasta un cuarto, dado el intenso tráfico generado por el impresionante desarrollo de esa ciudad. Sin que le falte tampoco su surtido de “policías acostados”, que obligan al pobre conductor a perder el impulso en plena subida.
Hacía tiempos que yo no pasaba por Pereira y, siendo domingo, y pensando en que por serlo recorrerla en ese momento debería ser un verdadero placer, desprecié olímpicamente la variante El Pollo-La Romelia y enfilé directamente al corazón de la ciudad sin puertas. Con tan mala suerte que el tráfico solo fue fluido hasta la Villa Olímpica. Yo no sabía que en Pereira también, como en Cali y Medellín, está de moda complicar la movilidad los domingos, y entregar las vías a los ciclistas, así ni siquiera paguen impuesto de rodamiento. Me desviaron por los extramuros de la ciudad, en dirección a Armenia, y no sé cómo logré alcanzar la Central de Transportes; traté de llegar, iluso que es uno, al viaducto César Gaviria y, finalmente yo, que hice mi carrera universitaria en Pereira y llegué a conocerla como a la palma de mi mano, me declaré vencido y tuve que conectarme a Waze; esa “aplicación” me llevó, no me lo van a creer, ¡al Puente Mosquera! Me hizo un recorrido por debajo del viaducto, y por varios barrios de Dosquebradas y me dejó al final de la variante que yo no había elegido, ya casi en La Romelia. Desde la Villa Olímpica hasta allí, no podría decir que tuve un tránsito rápido ni despreocupado: gasté casi dos horas. Me resigno al pensar que sí resultó muy interesante.
Siguió el viaje con el audaz ascenso al viaducto helicoidal, y el paso frente a Santa Rosa; recorrí el tramo entre esta ciudad y Chinchiná, que todos (el presidente Duque, la RAP −Región Administrativa de Planeación− y el concesionario) han prometido acondicionar en doble calzada; y luego, disfruté con alegría del tramo de vía Chinchiná-Manizales, la autopista afortunadamente metida entre esas montañas, la que tiene toda suerte de obras de arte −que así se llaman−, viaducto de La Estampilla incluido. Este es el trayecto que uno quisiera ver unido a la red principal de carreteras del centro del país, para cumplir el anhelo de integrar a Caldas y a Manizales al mundo moderno.

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