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Con la conmemoración del Bicentenario de la creación de Colombia la Grande y de la Batalla de Boyacá (1819) no faltan los que tratan de banalizar el hecho histórico y tergiversar la trama, para menguar la grandeza del Libertador Simón Bolívar (1783-1830), así como para inflar a figurones de segunda, incapaces de calzar sus botas, entender su gesta y pensamiento político.
Algunos detractores agazapados o descubiertos proceden, en ocasiones, de mala fe, por ignorancia o por incapacidad de ver con objetividad el pasado. Otros son burdos falsificadores de la historia al servicio de la maquinaria de propaganda del “Socialismo del siglo XXI”, novelistas o lugareños que heredaron la visceral antipatía política contra Bolívar de aquellos que en vida no entendieron su obra magna de crear a Colombia la Grande. Aquellos que forjaron partidos políticos locales en contra de su memoria e ideas y hasta trataron de asesinarlo la nefasta noche septembrina en Bogotá (1828). No faltan los que intentan dibujar héroes de pacotilla o inventar gobiernos de papel en Casanare o Apure, como el de Serrano, que no pasan de ser una farsa oportuna para nombrar a dedo a unos representantes de la Nueva Granada al Congreso de Angostura.
En la vida de Bolívar se conjuran distintos elementos políticos para atentar contra el gran hombre y su obra. Desde antiguos monárquicos o independentistas de distintos matices ideológicos, que hicieron política para enriquecerse, hasta aventureros, militares, políticos parroquiales e intrigantes al servicio de las potencias y la disgregación de Colombia la Grande. También hubo gentes que no entendieron que Bolívar fuese el primer dirigente criollo que alzó su voz en el famoso Memorial de Cartagena (15 de diciembre de 1812) contra el credo político heredado en la época de la Ilustración y de la Revolución Francesa, al plantear un gobierno fuerte con bases democráticas.
El Libertador es un campeón del orden que emerge del caos de la época, de la sangrienta guerra civil que amenazaba devolvernos a la barbarie primitiva. Lo que le confiere un papel esencial como dirigente innovador y teórico del pensamiento conservador americano y occidental.
Dado que la tergiversación de sus ideas y sus hazañas prolifera en estos días, que se teje una maraña de despropósitos al respecto y que se tiende a sembrar la confusión en el público sobre su periplo histórico, vamos directamente a los hechos esclarecedores que marcaron su destino y el del nuevo mundo, como la formación de Colombia la Grande. Hechos que hablan por sí mismos.
El medio venezolano
Es de observar que Simón Bolívar se abre paso en la historia en un medio adverso. En la Capitanía General de Venezuela los intentos independentistas desatan la feroz rebelión de los esclavos, conducidos por el peninsular Boves, marino que se había desempeñado un tiempo como pulpero y que se sentía menospreciado por la aristocracia mantuana.
La cruel guerra social en su tierra siembra de muertos los campos y las ciudades, incluida Caracas, antes una próspera urbe de 50 mil habitantes. Estas son asaltadas por las violentas montoneras que gritan a degüello cuando entran a asesinar a sus antiguos amos y criollos.
Esa visión horrible de la violencia que se abate sobre Venezuela, donde aldeas enteras y haciendas son incendiadas, violadas y asesinadas las mujeres, persigue durante su periplo político al Libertador, que abomina de esos excesos sanguinarios. Por ello en sus diversos ensayos constitucionales, y durante sus gobiernos, se obsesiona por fomentar un nuevo orden y educar a las masas en el respeto por la democracia.
Como la gesta de Independencia se desarrolla en medio de una guerra civil, aun hoy los historiadores olvidan ese hecho, por lo que en su mayoría carecen de objetividad en el análisis. Se desconoce que las familias se dividen, hermanos luchan contra hermanos, hijos contra sus padres, en un pleito desgarrador y fratricida. Para escribir la historia se miran los hechos con los ojos del bando interesado, por lo que se desechan los escritos, documentos y memorias del contrario, lo que deriva en la carencia de objetividad de la mayoría de nuestros historiadores.
Se oculta, como si fuese un grave pecado, que no pocos de los militares y políticos de la Independencia militaron por algún tiempo en el bando realista. Se pretende desconocer que incluso Bolívar, Miranda, Nariño y otros próceres tuvieron familiares cercanos en el bando realista, que por entonces representaba la legitimidad. Todavía a 200 años estos personajes son dignos de ser ensalzados cuando pertenecen al bando amigo y vilipendiados al estar con la contraparte. Burda manera de garabatear la historia.
Resulta absurdo a estas alturas de la historia nacional y a doscientos años de la creación de Colombia por el genio de Bolívar, desconocer que desde el punto de vista geopolítico somos una misma nación y que continúan siendo artificiales las fronteras que nos separan a colombianos, venezolanos, ecuatorianos o panameños.
El paisaje es el mismo, las razas similares en ambos lados de frontera y más marcada la homogeneidad entre los descendientes fronterizos de los primigenios habitantes de La Guajira. Por lo mismo no existen entre nosotros las diferencias que se dan en la evolución de alemanes y franceses, ingleses, españoles o italianos en Europa, que se constituyen en nacionalidades con características diversas.
Tendencia a la dispersión
Copiamos sin fundamento sustancial y por imitación simiesca, como por el parroquialismo de los caciques comarcales, el nacionalismo europeo, lo mismo que constituciones y códigos foráneos. Ello pese a que siendo un pueblo joven, con un mismo idioma, religión, costumbres y objetivos a futuro, debíamos unirnos por encima de las disensiones regionales. No pudimos derrotar la tendencia a la dispersión en el Congreso Anfictiónico de Panamá, donde el Libertador Simón Bolívar proponía la unión de las naciones americanas dentro de su diversidad, sin poder asistir al mismo por encontrarse en Lima organizando esa República, en tanto el mariscal Sucre hacía lo propio en Bolivia.
La ausencia de esos dos grandes hombres en Panamá fue fatal para consagrar la unidad hispanoamericana dentro de la diversidad. Le sobraba razón a Bolívar para convocar a los países de habla castellana a la unidad en una gran confederación, donde mantuviesen su organización político-administrativa y tuviesen fuerzas militares y navales conjuntas, como similar política exterior. Cosa que no entendieron los políticos parroquiales de esos días. Nada más contrario a la realidad histórica que comparar Hispanoamérica con los países europeos, cuando nuestra evolución y división se corresponde a factores administrativos durante la Colonia, afectadas las regiones por accidentes geográficos o el clima, y no por diferencias sustanciales, raciales o religiosas, como en el caso europeo.
*Presidente Academia Grancolombiana de Historia
El marco histórico
En el marco histórico se destacan algunos hechos decisivos sobre la crisis y evolución del Imperio Español en América, enfrentado a las potencias desde tiempos de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, como de Cristóbal Colon, hasta la aparición en el firmamento político de Simón Bolívar, figura mítica comparable a Alejandro, César o Napoleón.
Desde que el papa Alejandro VI bendice las posesiones de España en el Nuevo Mundo, esta defiende el Imperio con voluntad inquebrantable, formidables fortalezas y sus naves, más el apoyo invaluable de los criollos. Sin esa combinación de esfuerzos el Imperio habría sucumbido mucho antes al asalto de las potencias... La velocidad con la que se extiende la civilización cristiana por estas tierras y la construcción de ciudades gracias a un avanzado modelo de planificación, son portentosas. A su vez, los británicos, con implacable tenacidad, avanzan por mar en ágiles buques, en los que montan formidable artillería, abriendo paso a brigadas de aventureros y colonos.
La organización naval de España facilita mover los invaluables tesoros americanos protegidos por su experimentada flota y poderosos cañones, que hacen el viaje desde Hispanoamérica a la Casa de Contratación de Sevilla. Desde los tiempos de Alfonso X de Castilla, El Sabio, en las Siete Partidas se autoriza a la Corona para reclutar milicianos y eso forja el temple militar de la nación. No es casual que el joven Simón Bolívar recibiese su primera instrucción marcial al servicio del Rey y ostentara el grado de teniente, ni que San Martín fuese general español o que Sucre se incorporara por vocación desde los 14 años en las milicias reales.
Los británicos
Inglaterra favorece la colonización de parte de la América del Norte, donde los españoles llegan hasta Alaska, sin que en Hispanoamérica penetren las ideas luteranas de la Reforma ni en 300 años se dieran los grandes debates intelectuales que sacuden a Occidente. Resulta esclarecedor que los reclamos comuneros -contra lo que se ha repetido tantas veces- no fuesen por la Independencia, ni en España ni América, sino contra la alcabala y los impuestos ruinosos, por volver al modelo más benévolo y descentralizado de los Austrias.
El dictador Oliver Cromwell en el siglo XVI envía expediciones de religiosos y filibusteros para apoderase de enclaves estratégicos españoles, como Providencia, de donde son expulsados por las fuerzas navales de la Península, no sin perder en otra oportunidad a Jamaica y valiosas posesiones, como Trinidad, o ver desfilar a marinos ingleses con banderas desplegadas por Buenos Aires.
Los corsarios ingleses, franceses, holandeses y de otras nacionalidades estaban al acecho de capturar los tesoros en trayecto a la Península. Los puertos del Imperio Español en América que atraen más la codicia de los filibusteros ingleses son aquellos por los que se transportan toneladas de oro, como Veracruz, Cartagena, Amatique y Trujillo, Nombre de Dios y Puerto Belo…
Cañones y civilización
Por lo general las fronteras mundiales se trazan a cañonazos. Inglaterra intenta desgarrar Hispanoamérica con el almirante Vernon (1740), noble y temido marino de reconocida influencia en la Corte de Londres, cuya misión consistía en reducir a Cartagena, al estilo del saqueo de Portobelo. La defensa de esta, a cargo del héroe y almirante Blas de Lezo, resiste varios días con cañones de corto alcance el bombardeo de la formidable flota enemiga. Ello hasta que desmonta de la nave capitana un cañón de 18 libras y, por sorpresa, desde tierra bombardea las embarcaciones inglesas que, por el duro castigo, se retiran.
Vernon, tiempo después, regresa con medallas alusivas a la inminente victoria. Una formidable flota de 21 navíos de línea, 170 barcos de transporte, 9.000 hombres de desembarco y un contingente de 4.000 colonos norteamericanos, comandados por Lawrence Washington, hermano del prócer estadounidense, para destruir el Imperio Español, doblegar al dominio británico a Cartagena de Indias y el Caribe. No venían por la libertad sino por el vasallaje de la región, mientras poderosas fuerzas inglesas avanzaban por el estrecho de Magallanes para intentar, infructuosamente, someter el resto de Hispanoamérica. El brutal ataque a Cartagena fracasa por la heroica e inteligente defensa de Blas de Lezo, como de los súbditos peninsulares y criollos. La expansión inglesa sufre así uno de los más rudos golpes de su historia.
En las turbulentas y ambivalentes relaciones de España con Inglaterra es de recordar que el Emperador Carlos V dispone el negocio del matrimonio de su hijo Felipe II con Isabel de Inglaterra, para unir Albión a su corona, en vano por cuanto no tendrán descendencia. Frustrada la unión, Felipe II (1588) manda la poderosa Armada Invencible a conquistar a los conquistadores londinenses. La que es derrotada por los elementos, como expresa el monarca en su famosa frase desde El Escorial. El declive de la hispanidad llega hasta nuestros días.
España, mediante hazañas que conmueven al mundo, logra en América un avance civilizador en dos generaciones, donde otros pueblos tardaron varios siglos. Se siembra el castellano de la edad de oro, la religión y el derecho... Al tiempo que toneladas del dorado metal salen para Europa, las que financian las guerras religiosas de los Austrias y la compra de los bienes que producen terceros países, como Quevedo dice: “Para ser en Génova enterrado”.
Francia codicia el Imperio Español, mas con Luis XIV consigue imponer a su sobrino como Rey de España y se compromete con Inglaterra a abandonar el proyecto y de formar un solo reino con Madrid, así como pacta el libre comercio en Cádiz, lo mismo que se autoriza a los ingleses a ejercer el lucrativo negocio de comerciar esclavos en América. París ejerce el coloniaje intelectual de España. Los afrancesados españoles multiplican los impuestos, expulsan a los Jesuitas y favorecen la ilustración, que produce al visionario Duque de Aranda que, sin suerte, propone nombrar tres príncipes para gobernar Hispanoamérica y la Expedición Botánica.
La Independencia de las 13 colonias del norte de América (1783) es de carácter conservador y en defensa de los privilegios de sus ricos dirigentes. La misma suscita inquietud y naturales motivos de regocijo entre algunos criollos, mas no se traduce en un efecto dominó en el Imperio Español. La mayoría de los criollos siente instintivo recelo por la aventura de la democracia en la región.
En tanto, la Revolución Francesa (1789) se extiende a la entonces próspera Haití, donde se aplica la guillotina. Los colonos franceses son exterminados por los antiguos esclavos. Numerosos criollos americanos visten luto y pagan misas por el asesinato de Luis XVI y María Antonieta. Los criollos se espantan y lloran con esas noticias gordas, temerosos de una revolución o de la insurrección de los esclavos en sus dominios.